miércoles, 12 de enero de 2011

Malos hábitos

Tenía el hábito de fumar un cigarrillo después de cenar y los otros diecinueve a lo largo del día. No fumaba cualquier marca ni de cualquier manera. Los prendía con el encendedor de plata que su abuelo le había regalado a los doce años cuando ya era tiempo de hacerse hombre. Le gustaba dar largas pitadas y combinarlos con caramelos de menta o naranja.

Tenía el hábito de tomar vino con las comidas porque el médico le había asegurado que un vaso era bueno para el corazón. Aunque a veces un solo vaso era demasiado poco para él.

Tenía el hábito de caminar los viernes a la noche por Florida y Lavalle, entrar a un cine, ver una película en blanco y negro y volver a casa para soñar con hermosas mujeres y jardines de rosas rojas.


Tenía el hábito de ponerse sombrero y corbata los sábados por la tarde e ir a visitar a Susi al departamento de la calle Godoy Cruz. Ella lo esperaba con un vaso de whisky barato con hielo y el mismo deshabillé rosado. Él se sacaba el sombrero, lo colgaba en el respaldo de la silla y se acostaba en la cama, esperando caricias sin reproches.

Tenía el hábito de pararse en una esquina y ver pasar las horas, contar los coches viejos, las madres que empujaban carritos con bebés o verduras, los viejos sin bastón, los hombres con maletín y los niños caprichosos.

Pero nunca tuvo el hábito de caminar por las vías del tren, arrastrar los pies entre las piedras, mantener los ojos abiertos y decididos, mirar de frente a la locomotora, escuchar el grito de una bocina larga y esperar casi sonriendo ese segundo final.

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